QUIERO AGRADECER A D. JOSE RABANAL SANTANDER, TANTO LA PUBLICACIÓN DEL ARTICULO COMO LA FACILIDAD PARA QUE SEA PUESTO EN ESTE BLOG. COMO VERÁN ES
UN ANTIGUO ALUMNO.
Hace unos días, mi amigo Pedro Montero,
que mantiene con éxito el blog El Avisador de Badajoz, recordaba las hermosas
glicinas que lucen sobre los muros del Grupo Escolar "General
Navarro", suaves y dulces en esta primavera recién estrenada. Y le decía
que no paso por allí o al menos no me detengo, porque siento cierto escozor de
los primeros recuerdos y nostalgias. Mi grupo escolar, mi escuela, con aquel
enorme pasillo, donde formábamos por la mañana, antes de entrar a las clases de D. Gonzalo Murillo, maestro enorme y responsable directo de
mi forma de escribir, mucho más que mi padre en cierto aspecto, maestro que
enseñaba cosas que no venían en el libro y que uno aprendía con perfil furtivo,
como si empezáramos a poseer los secretos de la piedra filosofal, en cierto
modo era así, pues todo los compañeros de aquello tiempos salían a la vida con
cierta tendencia a las humanidades, aunque fueran físicos o matemáticos. Don Ventura Muñoz, procedente de Mérida,
viejo amigo de mi familia, rectitud y método en una clase elegante, como de
universidad. Inefable y vehemente D. Manuel Cabrera, elegante en el porte,
erudito y con una gran voz, abrazada al magisterio hasta su muerte, vencido por
sus muchos años; Don Manuel Lozano, tan cercano al mudo rural, sencillo y
enérgico, por él aprendimos que la capital no es nada sin lo que tiene
alrededor. Quedaron lejos las glicinas, las moreras del patio de recreo y las
"niñas" de la clase de Doña Nati. Todo quedó dormido hasta que un
profesor de Filosofía, D. José de Benito, en los primeros tiempos del Zurbarán,
se puso a leer algunos párrafos de la obra de Marcel Proust "A la busca
del tiempo perdido" para aclararnos las teorías de Bergson, precisamente
los párrafos en los que Proust evoca en el olor de las glicinas del patio de su
tía Léonie un mundo perdido, decadente, desvanecido entre roces de sedas, de
duquesas y cocottes, a las que extrae el alma como a golpes de escalpelo. No
entendí a Bergson, pero me enamoré de la literatura y mi primer amor fueron
esas muchachas en flor de Proust, vistas desde las alturas o a ras del suelo.
Los demás libros vinieron de la mano de Proust, ese asmático que escribía en la
cama, apartado del mundo que magistralmente narraba. Y ese olor a glicinas, me
lleva a los propios mundos perdidos. Esas glicinas, como el primer amor, no se
olvidan. Y me dan miedo, porque abren la puerta de los secretos.
José Rabanal Santander
http://badajozelguadianasuena.blogspot.com/2009/03/el-primer-amor.html
Propietario del Blog: D. Jose Rabanal Santander.- Escritor e Historiador Pacense
Badajoz: El Guadiana suena:
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